jueves, 3 de julio de 2008

Felicidades Colombia!!!

Hace dos días peleaba con mi cabeza por no tener nada qué decir, nada qué expresar. Ayer un gran amigo me llamó desde Colombia para dar la mejor noticia que el país ha recibido desde hace mucho tiempo. Nuestros queridos paisanos, 15 de ellos, fueron rescatados en una misión impecable y gloriosa. Aún faltan más, aún la selva esconde muchas vidas anhelantes de la libertad, pero lo sucedido ayer es una prueba de que el bien tirunfa y el mal sucumbe.
No he podido despegar mis ojos de las repetitivas noticias que pasan en los diversos canales, creo que es una tarea de orgullo lo que me ha mantenido escuchando una y otra vez la hazaña de nuestro gobierno. Me siento orgullosa de ser colombiana, de ver a diferentes Presidentes de potencias internacionales dirigirse a nuestro país como un ejemplo a seguir, felicitando a nuestro Presidente y a nuestro corajudo Ejército.
Después de tanto años recibiendo golpes y amarillismos contra nuestra patria, después de tantas infamias y tantos dolores levantados gracias a los terroristas, depués de todas esas lágrimas derramadas en silencio, nuestro país recibe los aplausos de todo el mundo que nos hacen sentir de nuevo con el corazón vibrante, con la esperanza que hierve y nos inyecta el positivismo que estábamos dejando olvidado en el camino.
Me siento feliz, comparto esta felicidad con todos mis paisanos, con mi familia, con mis amigos y con las familias de los rescatados que seguramente estarán viviendo un sueño que ya habían ido olvidando poco a poco. Me siento orgullosa de el Presidente Alvaro Uribe, que no cesó hasta encontrar la forma más limpia de traer nuestros paisanos del cautiverio a casa. Mi cabeza está más en alto que nunca porque ahora cuando alguna persona al enterarse que soy colombiana, mencione la droga y la guerrilla, yo tendré un argumento más para callarle la boca y transmitir un verdadero amor a la patria, a la tierra, a las costumbres, a todo lo bello que envuelve aquel tricolor primario.
Felicidades Presidente!, Felicidades Ejercito Colombiano!, Felicidades Colombia!

martes, 1 de julio de 2008

El País de Nunca Jamás

Hace días que no me sentaba para escribir en mi blog y la verdad es que la inspiración había cedido y me quedé sin nada que contar, sin nada que decir. Pasé tardes enteras pensando en cuál sería mi próximo tema, la siguiente historia o el pensamiento que querría compartir con la gente que me lee, con mis amigos que esperan un par de palabras impresas en un papel y siguen de cerca lo que cada día quiero decir.
Hoy por fin a altas horas de la noche regresó la inspiración, por fin tuve ese aliciente que necesitaba para enfrentar mis dedos ante un teclado y una hoja en blanco. Esta tarde lluviosa decidí pasar a alquilar unas películas entre las cuales escogí para ver primero "El regreso del capitán Garfio". Todos vimos Peter Pan alguna vez, todos deseamos volar por el cielo de Nunca Jamás y enfrentar piratas, bailar con hadas y divertirnos con los niños perdidos de esta maravillosa historia, pero con el paso del tiempo y la obligada responsabilidad que la adultez exige, olvidamos ser niños para siempre.
Que círculo de vida tan cruel enfrentamos los seres humanos, nacer, aprender a ser pequeñas personitas con una imaginación tan basta como nuestros mismos juegos, para que llegada la adultez nos olvidemos de lo increible que es reir a carcajadas, brincar sobre la cama y comer galletas hasta que el estómago haga sus portentosos reclamos. Qué paso? en qué momento dejamos de divertirnos, en qué etapa de la vida nos comenzamos a preocupar por cómo vivir, cuándo permitimos que la magnitud de nuestro cuerpo nos robara la ilusión.
Tengo que confesar que, por ridículo que suene, he recuperado algo que había perdido en el camino, todavía no sé qué es exactamente, todavía no llega a mi cabeza ese detalle que entre lágrimas regresó para quedarse.
Tengo vívida en mi mente una escena de la película que me derrotó a romper en llanto, esa parte en la que Peter se da cuenta que ha perdido la imaginación, las ganas de divertirse, todo por convertirse en un adulto y como por arte de magia su infancia regresa y lo atropella con inocencia. Hace tiempo que no lloraba así, hace tiempo que me arrancaba las lágrimas pensando que llorar no soluciona nada, y seguramente no soluciona infinidad de cosas pero el corazón descansa, recuerda y respira profundamente. Tomé mi perro de peluche, ése que por las noches termina en el piso, ése que cuando era pequeña hubiera abrazado para que me protegiera contra los monstruos que habitan en los armarios, lo abracé y por infantil que suene le prometí no volver a dormir en el suelo, le prometí abrazarlo y permitirle que me protegiera de aquel fantasma que me aterraba cuando era pequeña. Dejé que mi llanto fluyera, que mis ideas se reorganizaran, tomé de nuevo mis recuerdos y no sé en qué momento, decidí levantarme y volver a sentir esa increible libertad que se experimenta brincando en la cama. Ahora es diferente, ahora debo tener cuidado de no golpearme la cabeza con el techo, sin embargo con precaución brinqué y lloré hasta que mi llanto se convirtió en una risa tan infantil que me liberó de la tensión que últimamente me acosa. Recordé el maravilloso vértigo que se experimenta al dar vueltas y vueltas con los brazos extendidos y ese divertido mareo que nos tiraba al piso acompañado por risas, por la única necesidad de ser feliz, de divertirse. Recordé que en algún momento de mi camino callé mi voz interna o simplemente decidí no escucharla más, para así convertirme en una mujer hecha y derecha a la cuál hoy no le encuentro más forma de la que tenía a los 5 años, cuando jugar e imaginar que volaba al país de Nunca Jamás era mi climax cotidiano.
No sé si crecer vaya de la mano con convertirnos en seres aburridos, seres que sólo se preocupan por cumplir un horario, por atender citas y clientes o por acostarnos temprano por el prurito de dormir las 8 horas necesarias. Cuando éramos niños nuestras madres nos rogaban para que fuéramos a la cama pero estábamos muy ocupados creando nuevas aventuras, pensando en el fin de semana y encontrando las ramas perfectas para llegar hasta la copa de un árbol, allí en donde todo se ve más claro, en donde el verdor de sus hojas nos robaban suspiros o simplemente desde donde espíabamos, como gran hazaña, la vida insípida del vecino.
Estoy cierta que ser adulto es bastante complicado, nuestros problemas van más allá de comerse las verduras o pasar con una nota decente el exámen del día siguiente. Hoy nos vemos envueltos en situaciones, que según nosotros, son prioritarias y olvidamos lo maravilloso de vivir, así sin más, sólo vivir y sonreir.
Algo dentro de mi cambió, algo sucedió porque ahora espero ansiosamente el próximo paseo al parque con mis perros, en éste no tendré retractores que no me permitan revolcarme con ellos, jugar y reir, disfrutar de las mieles de la suciedad, hoy sé que puedo ir a casa a tomar un baño, que no importa si el edredón se llena de su pelaje o si la lluvia cae sobre mi y me arruina el alaciado. Hoy sé que llevo, desde hace un tiempo, preocupándome por nimiedades, por no gastar en exceso, por no comer a deshoras, por no dañar mis zapatos en el lodo, sin darme cuenta que todo eso tiene solución, sin darme cuenta que he perdido momentos increibles por entregarme a la adultez.

viernes, 30 de mayo de 2008

Cosas vienen, cosas van

Así como el mar se lleva las huellas de los que alguna vez pasaron por ahí buscando dejar un rastro, así como el viento sopla en diferentes direcciones llevando el polen de las flores a nuevos parajes, así como la luna llega cada noche diferente a la anterior y el sol se esconde entre nubes de algodón anunciando fresca brisa de verano. Así pasa la vida, pasan las cosas, acaban momentos, comienzan a trazarse caminos que se mantenían en bocetos, continúa la respiración y el baile ameno de este paso por el mundo.
El pasado es parte del presente e importante sazón para el futuro pero aferrarnos a él no trae más que frustraciones. “Let it Be” dicen los Beattles, y con esa frase llega la fluidez de amargos momentos que al igual que las hojas en otoño caen prometiendo un nuevo florecimiento.
Cerrar ciclos, cerrar libros, opresiones y determinaciones que desembocan en el mismo caudal de un río que ya tiene un rumbo. Tomarse de la rama que sostiene por un tiempo no es más que postergar lo inevitable, no es más que tomar un respiro profundo para, eventualmente, regresar al mismo cauce que con más fuerza nos arroja a nuestro destino. Nadar contra corriente es la muestra fehaciente del miedo a enfrentarnos a lo nuevo, a lo inesperado. Abrir los brazos a la vida, dar la bienvenida a las corrientes que viajan bajo nuestros pies suspendidos sobre el piso, tomar decisiones y poner cara brava a las inclemencias, dejar que los hilos que moderan nuestros movimientos tomen su escenario y hagan un “solo”.
La vida es una parada de bus en donde se pueden tomar diferentes direcciones, hay veces que debemos tomar uno para llegar a la parada por donde únicamente pasa aquel que llevamos esperando por largo tiempo. Cada bus es diferente a los demás, en algunos el chofer maneja con precaución, en otros es un loco maniático que tensiona y acelera el corazón. Unos son pequeños y vamos peleando por un milimétrico espacio que nos quite la asfixia, en otros podemos hasta tomar dos asientos y tomar una rica siesta. Muchas veces se nos pasa la parada y debemos bajarnos para tomar otro que nos lleve de regreso, algunas otras nos deja justo en la puerta de la casa. Simplemente hay que saber que lo importante no sólo es la parada final sino todo el camino recorrido, las experiencias que dentro de aquellos buses tuvimos, los malos momentos que nos hicieron bajarnos antes de tiempo o incluso los que nos volvieron perseverantes y mantuvieron nuestros pies bien plantados y nuestras manos aferradas al tibio tubo que nos dio seguridad. Lo gratificante es saber que pasamos en frente de varias paradas, que pudimos haber tomado un taxi, pero que al final del día la intuición y ese cauce persistente nos dejó justo en el lugar que siempre soñamos bajarnos.

martes, 20 de mayo de 2008

Sin saber qué decir…

Me sucede en ciertas ocasiones que quisiera gritar y levantar la voz ante muchas circunstancias en las que me pone la vida. Hoy por ejemplo solo puedo ser feliz, solo puedo acoger en mi mente el dulce sabor de una buena noticia. En las horas de la tarde recibí una llamada de mi prima anunciando el embarazo de mi primo y su esposa. Todo esto me lleva a pensar que la vida trae cosas que nos estremecen cuando más lo necesitamos. Hace apenas unos días la familia contaba con un integrante menos, hoy tenemos un nuevo miembro del equipo, un equipo, que como en todas las familias lucha por la unidad, por eliminar el desprendimiento y alentar el sentimiento de amor fraternal.
Hace algunos pocos meses, el papá de mis primos falleció por fallas coronarias, es en sí el primer familiar que nos tocó velar dentro de la familia, después de mis abuelos a quienes yo no conocí. El dolor es terrible, imagino que muchos de los que me lean reconocerán ese inmortal sentimiento que marca el día exacto de su aparición. Perder a alguien querido es un golpe al egoísmo personal que atenta contra el bienestar propio. Todos pensamos e intentamos convencernos que después de esta vida material debe existir un camino espiritual no perecedero y eterno, como lo dice la biblia. Pero en realidad es que ese argumento tranquilino no nos ha convencido por completo y nos mantiene en la línea de la contrariedad cuando nos enfrentamos a estos ciclos obligatorios de vida. Queremos que nuestro ser querido, no importa cuánto esté sufriendo, permanezca a nuestro lado, nos rehusamos a dejarlo ir porque eso significaría el desprendimiento carnal del que tanto dependemos los seres humanos.
Así fue, una triste despedida de nuestro querido tío Fabián. Para aquellas épocas, mi primo estaba buscando concebir un bebe con su mujer, las cosas no se daban y por un tiempo hasta olvidé el tema. Hoy, hace apenas unos cuantos minutos he sido notificada que en enero habrá un pequeñito o pequeñita más que decore nuestras vidas con su sonrisa. Todo esto me hizo olvidar una rabia igualmente concebida durante toda mi mañana y pensar que pase lo que pase, me enoje la circunstancia que me enoje, la vida es bella y considerada.
Tanto que uno se esfuerza por tener las palabras exactas en aquel momento de euforia colectiva y las únicas que siempre estarán listas para hacer su entrada triunfal son aquellas prostitutas sentimentales que brotan con un cosquilleo en la punta de la nariz y que por más que intenté evitar el desafortunado derrame, se deslizan orgullosas complementando así las grandes emociones. Esto comprueba que los sentimientos no tienen palabras, que son las expresiones cálidas la mejor respuesta ante algún hecho que implique la solidaridad humana.
Ahora todo cambia, la vida cambia, la rutina cambia, los horarios se revuelven y con todas estas mutaciones en la vida familiar no me queda más que decir que lo espero con ansias, que deseo ver a quién se parecerá y sacar conjeturas de su rostro a futuro, descifrar los talentos que traerá tatuados, y vivir los sentimientos que provoca ver a un ser tan pequeño con quien compartes la misma línea sanguínea.
Es chistoso ver la vida cómo nos sitúa en el espacio, el último blog que escribí, con una dedicación especial para mi madre, hablaba exactamente sobre el proceso que desde hace un mes mi nuevo sobrino o sobrina ha estado experimentando, lo siguiente que escribo es esto, basado en la inspiración que me provee el hijo de uno de los seres consentidos por mi corazón.
Mi boca se congeló sin saber qué decir, sin ubicar las palabras perfectas para despabilar el shock inminente por el que atraviesa mi primo. Sin saber qué decir, escupí las comunes felicitaciones y programé aquella cena que teníamos pendiente. Sin saber qué decir me arrojé a los brazos de Morfeo imaginando su voz que, sin saber qué decir, algún día pronunciará mi nombre.

viernes, 9 de mayo de 2008

Ella...

Comienza una carrera arrebatada, miles de participantes avanzan desaforados, a empujones intentando derribar al rival de al lado, luego al de adelante, luchando por ubicarse en la fila de los campeones. En esta carrera solo gana uno, a veces dos, rara vez tres y el premio de consolación para los perdedores es la desaparición completa del panorama. Uno de ellos fue acobardado por el cansancio, intentaba desplegar sus dotes de rapidez pero lo único que alcanzaba era la punta final de una fila interminable de acelerados competidores que le cerraban el paso. Tuvo un momento de vacilación, pensó en simplemente dejarse morir y aceptar la idea que en este viaje hubo competidores más audaces y fuertes que él. Pero lo que significaba llegar a la meta triunfante, era un sentimiento que no quería dejar pasar, de eso dependía su vida, su transcendencia, sentirse aceptado tal y como era, sin importar su belleza física, sería grande, vería la luz.
A lo lejos logró ver la empecinada multitud rompiendo contra corrientes que arrasaban con fuerza a los más débiles arrancándoles la vida de un tajo. Pensó que no sería buena idea avanzar por ese camino pues los desfallecidos se deslizaban por toboganes en contra que amenazaban su camino. Rodeó por encima, nadó con fuerza, apretó lo que podrá llegar a ser su corazón y de un momento a otro, al abrir sus ojos, había dejado atrás la carrera. Sollozó una risa habiendo burlado a sus contrincantes. Al tomar camino de nuevo se encontró con su meta, un gran huevo rosado que palpitaba esponjoso y flotante, esperando por él.
La carrera no había terminado, lo más difícil comenzaba, cavar para entrar y guarecer su vida dentro de este gigante hogar. No sabía cómo empezar, pero debía ingeniárselas pronto pues los nadadores se acercaban cada vez más, su rapidez era inaudita y al haber divisado a un posible ganador avanzaban furibundos luchando por subsistir. Se abalanzó contra el huevo, hurgando y cavando con todas sus fuerzas, empujando con el alma entera para lograr solo pequeños e insignificantes avances. Vio la multitud venir hacia él, canibalizar su sagrado hogar, arremeter contra el templo de sus sueños, buscó otro punto más blando y cavó con fuerza, este pedazo se abría con facilidad, observó a sus lados y no divisó a nadie con más avance que el mismo, decidido empujó con fuerza, temiendo hacerle daño pero sabiendo que sería la única oportunidad para vivir, logró meter la cabeza y deleitarse con la calidez de una cómoda morada, pero su cuerpo seguía atrapado por la masa gigante. No se encontró con más cabezas dentro, esa era una magnífica noticia, una vez entraba uno los demás se convertían en polvo. Con el cuerpo a medias tintas decidió tomar un descanso, de igual forma ya había ganado, pero se sentía exhausto, intentó un último tirón y con él se sintió liberado y por fin dentro de lo que sería su hogar por los próximos meses.
Estaba entusiasmado, sabía lo que le esperaba, una hermosa transición de lo que era a lo que sería. Podría mirar el mundo exterior, sentirse amado por una mamá que lo daría todo, hasta su vida si fuera necesario. Aprendería tantas cosas nuevas, a lo mejor tendría un perro, ha oído que son fascinantes. Recordó todas las historias que había escuchado y por lo que la carrera era tan importante, una vez fuera de su primer hogar debían dar todo para llegar al “huevo”. Sintió sueño, se acomodó en el lugar que más tibieza le brindaba y descansó.
Sus sentidos despertaron asustados, escuchó una voz a lo lejos, pero no entendía qué sucedía. “¿Alguno de los competidores habrá logrado entrar después de mi?” Se preguntó, ya tenía conocimiento de la posibilidad de compartir con alguien más su lecho de descanso. Buscó a su alrededor y no había nada, estaba solo. Escuchó de nuevo una dulce voz que lo llenó de alegría y esperanza, era la voz de un ángel, se sintió reconfortado y prestó atención para captar el sonido que lo conmovía hasta el centro de su ser.
“Dios, ayuda a mi pequeño a crecer fuerte y sano, que sus manitas cuenten con cinco dedos cada una, sus pies también y su sonrisa sea parecida a la de su padre. Tráelo al mundo sin problemas, hazlo feliz a cada minuto de su vida, comenzando desde ahora. Dios Padre, te pido por mi hijo, te pido por mi y por la familia que estamos construyendo, llena de amor a mi pequeño y hazle sentir que su madre está aquí amándolo y esperándolo ansiosamente”
Se quedó sin respiración, sin palpitaciones, era la voz de su madre, “¿Quién será Dios?” se preguntó, debía ser alguien bueno, pues su mamá le hablaba fervorosamente, entonces también recurrió al amigo de su madre y le pidió por su vida, por su mamá y por su papá, en quien había vivido durante mucho tiempo esperando tener la edad para salir al mundo y demostrar su fuerza.
Los días pasaban y cada vez deseaba con más fuerzas salir al mundo y ver la cara de su madre, la portadora de aquella voz que lo calmaba y hacía sentir protegido, parte de algo y feliz.
Un día al despertar su cuerpo había cambiado, ahora tenía unas pequeñas extremidades que podía mover, su fascinación llegaba al límite, no lo podía creer, cómo sería cuando llegara el momento de salir, qué más cosas le crecerían, que más sorpresas le esperaría con cada lapso de tiempo. Comenzó a flotar y a jugar con el escaso movimiento que tenían sus nuevas extremidades, eran transparentes y podía ver a través de ellas hilos muy delgados color rojo.
“Tengo hambre” pensó, “tengo hambre de algo especial”. Su mamá se sentía calmada y quieta, creyó que probablemente estaba descansando, pero su ansiedad era infinita. “Qué haré, si mamá supiera que tengo hambre ya mismo estaría buscando algo de comer”. De pronto escuchó a lo lejos la voz de su padre decir: “¿Fresas con crema?, ¿a esta hora?” y a su madre responder: “Amor no sé qué pasa, creo que es mi primer antojo”. Oyó salir a papá en busca de comida para él. El sueño lo fundió, la espera lo agotó, papá se tardaba más de lo que su cansancio resistía, cayó en un sueño profundo y macizo.
El tiempo pasaba, su madre se percibía ansiosa. Ahora tenía una cara llena de nuevas cosas, tenía una pequeña nariz, unos ojos que todavía no podía utilizar y que le mataba la curiosidad por saber para qué le servirían, una boca que al abrirla sentía el calor entrando y saliendo, y una cuerda que lo conectaba desde su barriguita hasta algún punto de su madre que nunca logró definir.
Sus pies comenzaron a formarse, descubrió que al meterse los dedos en la boca despertaba un placer inimaginable. Por las noches escuchaba a sus padres hablarle, decirle por un nombre que nunca entendió pero que asumió sería su etiqueta de por vida, le gustaba cómo sonaba, le gustaba el amor con el que sus padres lo pronunciaban. Descubrió, por relación, la hora en la que mamá estaba a punto de dormirse, pues poco antes escuchaba un buen rato de música agradable que lo dejaba soñoliento y relajado.
Cada vez era más grande y el espacio se comenzaba a volver insuficiente, tenía que abrirse paso con sus extremidades para estirar su cuerpo ahora regordete y enroscado.
Un día amaneció con las piernas adoloridas, pensó que ya se acercaba el momento para salir de allí, la cuerda que antes resultaba simpática ahora le estorbaba e intentando moverla de lugar lanzó una patada y con ella se escuchó un fuerte grito de dolor. Había lastimado a su mamá, no se lo perdonaba, pensó que ya no lo querría más por haberla hecho llorar, intentó durante los días no volverse a mover bruscamente pero era necesario para desestresar sus extremidades. Algunas veces el movimiento venía seguido de un calor localizado que se transmitía desde afuera y se reflejaba adentro, y voces ajenas y nuevas que gritaban “¡está pateando!”. Así que comenzaba a moverse suavemente como respuesta a las fiestas externas.
Una mañana como cualquier otra sintió un fuerte ajetreo. Mamá hacía mucho ruido y se quejaba por momentos. Percibió la lejana voz de su madre pidiendo a su amigo de nuevo:
“Señor ayuda a mi bebé a encaminarse, a salir libre de ataduras, a abrir los ojos a la vida saludablemente, ayuda a mi niña a nacer a este mundo sin peligros, sin problemas. Gracias Dios por este regalo que me estás dando, gracias Dios por permitir a mi cuerpo ser hogar para mi pequeña, gracias Dios por traerla a mis brazos, no puedo esperar más.”
¿Niña? Se preguntó, qué es una niña, ¿yo soy una niña? ¿Y ya voy a nacer? Manifestó su alegría estirándose por última vez, solo que esta vez lo hizo con cuidado, con precaución de no causar más molestias a su agotada madre.
El cuerpo de mamá se contrajo fuertemente, obligándola a encaminar su cabeza hacía un hueco que comenzaba su expansión, cada vez era más grande y el espacio se hacía más pequeño obligándola a empujar. Recordó cuando llegó al huevo, parece que había sido ayer, y de la misma manera debía luchar ahora por salir de un hogar que carecía de espacio.
Se sorprendió al sentir que la tomaban por la cabeza y la extraían por otro lugar que no era el que tenía en mente, sintió un frío intenso, todo daba vueltas y necesitaba inhalar por su nariz, descubrió la función de esa pieza que no lograba descifrar. Botó el aire a manera de protesta, quería estar con su mamá, la abordaban con trapos tibios limpiando todo su cuerpo, la acostaron sobre un material helado que la hacía reprochar con fuerza, era su manera de llamar a mamá. Una suave cobija la envolvió quedando inmóvil pero caliente y escuchó de cerca la voz de su madre sollozar cuánto la amaba, besar su cara, acariciar su pelo. Sintió de cerca el palpitar del corazón de esa mujer que ¡también era una niña!, se identificó con ella, con su candor, con su delicioso olor.
Ahora soy una mujer adulta y aunque es mi imaginación la que me permite llegar hasta el momento de mi concepción quiero dar gracias a mi madre, unas gracias que jamás le había dado, por traerme a este mundo del que me quejo diariamente, por hacerme comer las verduras que me prevendrían de enfermedades, por cada caricia, por cada beso, por cada noche en vela cuidando una enfermedad que para mí parecía terminal. Por los regaños, por las sonrisas, por mantenerse despierta esperando a que llegara en la madrugada. Por respetar mis decisiones en contra de su ideología, por aceptarme tal y como soy, con mis arranques, con mis arrebatos, con mis indecisiones. Gracias a Ella por ese infinito e inexplicable amor que se convierte en la única y poderosa razón que la mantiene sin arrepentimientos por dejar su vida a un lado y dedicarla a mí. A Ella, que sin pedir nada a cambio entrega todo por verme feliz.

domingo, 4 de mayo de 2008

Anatomía de una Conciencia

Hoy se miró al espejo y vio una belleza inerte de matices deslumbrantes y cándidas sombras de agonía. Jugaba con su cabello como lo hace el sol en las cascadas desbordantes de impulso genuino, detallaba pequeños rizos en lo que ahora era un dibujar de sueños y esperanzas. Con ello intentaba buscar su esencia impregnada de adn diagramado en cada espora.
Su reflejo encegecía el bosque detrás del abedul, madera fina y crasa de un porvenir esbozado en ataduras tensas que amenazaban con reventar su paso por este mundo.
Dilataba su presencia en cada ojo, que se abría para observar un paisaje personal hundido en la desesperación por dejar huella, por ser recordada, por estar presente en todos los parajes de sus puntos cardinales.
Se acercó más a su vívida imagen de contradictorias obsesiones, tomó por referenciala punta de su nariz, la distancia percé más alejada de su cuerpo lángido. Olfateó el suave aroma de la ambiciosa necesidad de conocimiento, en un basto infierno de información repetida y escondida trás las llamas sigilosas de un acervo cromático desvanecido en sinfonías agrestes.
Deslizó sus manos por el cuello, retomando la unión de la conciencia y la sabiduría rota por un corazón enredado en deseo, encontró sus alas renacientes, justo en la médula de las corazonadas, justo en donde la paraplejia de su feminidad aprendía a dar los primeros pasos.
Desplumó el desgaste de un vuelo sin rumbo establecido, dejó caer sus vértices en el umbral de un pozo con agua turbia que apelmasaba su libertad con grasa inamovible.
Detalló con lapiz labial las coyunturas de sus extremidades, dibujando gruesos ligamentos en cada una de sus rodillas, indispensable herramienta para recorrer pasos ignotos de huellas preestablecidas. Afianzó la fuerza de sus caderas para resistir el peso de un cuerpo continuamente erguido que se inclina a los lados por el viento.
Tomó la gracia de sus pies y la desfiguró en pezuñas resistentes a la grava emocional arrebatadora de tierra firme; caminó.
Desnudó su alma ante la brisa incesante de un amor distorcionado por el huracán hélido de un demonio inexistente.
Besó sus propias manos ante ese fondo negro cristalino que duplicaba su presencia, insistente por congregarse en un mismo idilio de pétalos marchitos que aún despedían olor a rosas. Sobrepasó sus tinieblas montañosas en un barco de papel guiado por la tormena amenazante con romper la vela de su dirección, desató la cuerda guía de los vientos perpendiculares y luchó por mantener a flote la deshinibida y puntiaguda roca que advertía con desaparecer.
Dio la espalda a su propia creencia de deambular su destino en capas superpuestas
resguardadoras de una libertad envuelta de cadenas afelpadas.
Dividió ser y conciencia en cajones lejanos que impidieran una unión permanente, escudriñó en el ropero de las tardías decisiones hambrientas de una nueva oportunidad triunfante.
Mantuvo los ojos abiertos hasta que la aridéz la empujó a pestañear, delicada sensación de encuentro y reconciliación con la oscuridad iluminada que mostraba la buena cara de los sueños a ojos cerrados. En esa penumbra enigmática cuartadora de la realidad tangible, susurró el despertar de caminos inimaginados y tierras consistentes mas no palpables. Observó su sangre fluyendo en continuadas direcciones y escaladas rutas que alimentaban todos los rincones de su frígido pensamiento.
Auyentó los muerciélagos que noctámbulos parodeaban la luz escondida en telarañas de acero, encendió la antorcha de la esperanza en cabidades diluidas por el olvido. Despertó a estrujones el monstruo que dormía apabullado por el aleteo oscuro de la incertidumbre y el miedo a pasos descalzos, lo dejó rugir desenfrenado, sin ataduras, lo escuchó por primera vez , lo sintió estremeciéndose en su estómago, dando zarpadas de oprobio en un cajón desgarrado en vestiduras.
Despejó la neblina inocente que opacaba el horizonte en su camino, y con el sol por su testigo caminó derecho esquivando piedras y tormentas, predadores sedientos de simpleza que buscaban el primer tropiezo para devorar su ímpetu.
Se desvaneció en el continuo final visible que se ríe a cada nuevo comenzar, difuminó su sombra entre el bosque en el que alguna vez se vio perdida y hoy recorre con seguridad.

miércoles, 23 de abril de 2008

El Monstruo Defeño

Ayer fue un día de esos que cuando acaban no sabes si fue malo o no del todo. Siempre me ha gustado pensar que las cosas pueden fallar escalonadamente, eso hace que cada problema soliviante cualquier amargura exagerada. Cada día que pasa, esta ciudad se hace más dificil de vivir. Comenzando desde las 8 de la mañana, horario en el que doy inicio a mi jornada diaria y que busco un poco de tranquilidad y silencio para luchar contra los demonios que no me permiten dejar las cobijas. Es en ese momento cuando los cláxones del transporte público parecen ayudarme con mi trifulca interna obligándome a abandonar el colchón y a abordar la ducha en un estado, ya, de completo estrés. Como todo empleado en esta ciudad salgo a tomar las calles defeñas alrededor de las nueve de la mañana y me topo con cada una de esas personas que diariamente desperdician su vida dentro de un automovil.

Recuerdo que en épocas pasadas el arte del callejoneo se convertía en la mejor herramienta para llegar a tiempo a cualquier lugar, hoy esas callecitas residenciales se encuentran con tanto o más tráfico que las mismas vías rápidas, que siendo honesta no se por qué reciben ese atributo: vías rápidas. La gente comienza a desesperarse porque en cada semáforo se encuentra un policía que, con un guantecito blanco, pretende detener una manifestación de lata enfurecida. El mejor recurso para llamar la atención es el cláxon, así que se pegan de él sin tregua alguna exasperando los nervios de la multitud que intenta llegar a tiempo. Por si fuera poco y aunado a la tensión ocasionada en las atestadas calles, siempre te sorprende en algún semáforo el limpia-vidrios, quien en un acto de desconcertante abuso baña el vidrio de tu carro con un líquido jabonoso de dudosa procedencia. Es una batalla continua el enfrentarse a la selva de asfalto que esconde el D.F, en cada semáforo en rojo se debe estar pendiente de tantas y tantas cosas que podrían hacer todavía peor tu día; que el loco que se te viene cerrando no te vaya a chocar, se te entume el dedo de tanto moverlo en señal negativa a los que insisten con lavar tus vidrios, el semáforo que no funciona, el policía que más que ayudar empeora la situación vial, en fin, hasta recibir diariamente el recuerdo de tu madre de manera conceptual y repetida.

Cabe mencionar que después de 40 minutos, promedio, de entablar una guerra personal con el de al lado, nada valió la pena pues igual que siempre, llegas 10 minutos tarde, si te va bien. Los horarios de jornada laboral, así como las horas pico citadinas se consumen por completo la vida entre semana, ir al gimnasio se torna en una tortura, ni hablar de cumplir horarios para tomar un café con una amiga o simplemente llegar a tu casa con la luz del sol y sentir que vives un poco más. Cinco días de la semana están condenados a esta rutina y el fin de semana es tan corto que no nos permite cumplir con los múltiples deseos personales que se acumulan conforme pasa el tiempo. Todos trabajamos para vivir con cierto nivel al que estamos acostumbrados o al que queremos ascender, pero la vida laboral no nos permite disfrutar enteramente de la posición que gozamos. Muchas veces me encuentro en la situación en la que dos horas antes de mi horario de salida, he terminado con mi deber del día y pienso en todas las cosas que podria hacer durante ese tiempo que ahora quemo en facebook o cambiando de pestaña en pestaña las ventanas del internet, que hacía un rato me interesaban y que ahora hojeo con el afán de que los minutos transcurran y el tráfico de la tarde se acumule para sumarme a él.

Pese a todos los vagos intentos que hacemos para relajarnos y tomar nuestro habitual camino a casa sin exabruptos premeditados, es increíblemente imposible mantener la calma en la olla de energía encontrada que habitamos y llamamos hogar.

Vivir en la ciudad más grande del mundo, trae así como beneficios y múltiples opciones de entretenimiento, la pesadez causada por el temor adquirido. Estamos aterrorizados, de cierta manera, de toda la gente que nos rodea, el mínimo contacto físico con un desconocido nos transfigura la cara sin razón o motivo. La inseguridad nos obliga a buscar al sospechoso en las multitudes y olvidamos que las caras no son más que el moño con el que nos mandaron de regalo a la tierra. Juzgamos a los limpiavidrios como si fueran delincuentes y ellos en represalia actúan de manera agresiva, nos quejamos de infinidad de cosas que suceden a diario pero no analizamos la cara que le ponemos a la realidad. Salgan a la calle, observen a la gente, caras y caras de amargura deambulan por las calles citadinas, es más sencillo toparse con una mala palabra que con una sonrisa amable y el asumir que nuestros problemas y necesidades son de dominio público nos convierte en egoístas sociales y retraídos nacionales.

La solución: complicado encontrarla, cada quien debe buscar un pequeño rincón Zen dentro de su existencia y pensar que el enojarnos o insultar al vecino lo único que deja son momentos de malestar y una pila de sensaciones acumuladas que a la larga provocan enfermedades o malestares físicos. Sin embargo no pienso que sea completamente imposible lograr una solución y una mejor calidad de vida en la ciudad. Los horarios y las jornadas laborales deben de ser flexibles, permitiéndole al empleado salir al terminar sus labores diarias, esto mejoraría la productividad de las empresas y aliviaría los aglutinamientos de carros en las presumidas vías rápidas. La conciencia social debe ser uno de los puntos álgidos dentro de las soluciones, el sentido común debe ser instruido a las autoridades así como la tolerancia entre dos partes, las cosas no siempre se solucionan a golpes y el neurotismo nos orilla a buscar, como forma de desahogo, un momento de histeria colectiva que a manera de terapia descargue todas las emociones contenidas.

Debemos hablar, pedir las cosas, que se nos conceda ser más libres y no estar atrapados dentro de cuatro paredes mientras el sol brilla esplendoroso, acomodar nuestros horarios para disfrutar de una buena comida diariamente, aprovechar las horas de trabajo, ser responsables, pero sobre todo exigir un poco de calidad de vida. Miremos a los europeos, sus jornadas laborales terminan a las 5 de la tarde, la comida y la siesta son irrefutables y los dos meses de vacaciones al año mantienen a un ser humano feliz con su vida. Una persona feliz es un empleado productivo, un jefe condescendiente es siempre un alto mando respetado, una empresa que coopera con la situación real de la ciudad, es una entidad consiente y una entidad consiente es única en México.